domingo, 26 de junio de 2011

El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi) - Solemnidad


Evangelio según San Juan 6,51-58

Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo".
Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente".


Estraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


Comentario del Evangelio por : Papa Benedicto XVI   «Sacramentum Caritatis»

"De la misma manera que el Padre, que vive, me ha enviado y que yo vivo por Él, de la misma manera aquellos que me coman, vivirán por Mi.»

El Señor Jesús, que por nosotros se ha hecho alimento de verdad y de amor, hablando del don de su vida nos asegura que «quien coma de este pan vivirá para siempre» (Jn 6,51). Pero esta «vida eterna» se inicia en nosotros ya en este tiempo por el cambio que el don eucarístico realiza en nosotros: «El que me come vivirá por mí» (Jn 6,57). Estas palabras de Jesús nos permiten comprender cómo el misterio «creído» y «celebrado» contiene en sí un dinamismo que lo convierte en principio de vida nueva en nosotros y forma de la existencia cristiana.
En efecto, comulgando el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo se nos hace partícipes de la vida divina de un modo cada vez más adulto y consciente. Análogamente a lo que san Agustín dice en las Confesiones sobre el Logos eterno, alimento del alma, poniendo de relieve su carácter paradójico, el santo Doctor imagina que se le dice: «Soy el manjar de los grandes: crece, y me comerás, sin que por eso me transforme en ti, como el alimento de tu carne; sino que tú te transformarás en mí». En efecto, no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndonos a él; «nos atrae hacia sí».
La Celebración eucarística aparece aquí con toda su fuerza como fuente y culmen de la existencia eclesial, ya que expresa, al mismo tiempo, tanto el inicio como el cumplimiento del nuevo y definitivo culto, la logiké latreía. A este respecto, las palabras de san Pablo a los Romanos son la formulación más sintética de cómo la Eucaristía transforma toda nuestra vida en culto espiritual agradable a Dios: «Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable» (Rm 12,1).


sábado, 25 de junio de 2011

Sábado de la XII Semana del Tiempo Ordinario


Evangelio según San Mateo 8,5-17.
Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole":
"Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente".
Jesús le dijo: "Yo mismo iré a curarlo".
Pero el centurión respondió: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.
Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: 'Ve', él va, y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: 'Tienes que hacer esto', él lo hace".
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe.
Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos;
en cambio, los herederos del Reino serán arrojados afuera, a las tinieblas, donde habrá llantos y rechinar de dientes".
Y Jesús dijo al centurión: "Ve, y que suceda como has creído". Y el sirviente se curó en ese mismo momento.
Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra de este en cama con fiebre.
Le tocó la mano y se le pasó la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirlo.
Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y él, con su palabra, expulsó a los espíritus y curó a todos los que estaban enfermos,
para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: El tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios


Comentario del Evangelio por : Concilio Vaticano II

«Él soportó nuestros sufrimientos y asumió nuestros dolores»

Para todos vosotros, hermanos que sufrís, visitados por el dolor en sus diferentes modos, el Concilio tiene un mensaje muy especial. Siente vuestros ojos fijos sobre él, brillantes por la fiebre o abatidos por la fatiga; miradas interrogantes que buscan en vano el porqué del sufrimiento humano y que se preguntan ansiosamente cuándo y de dónde vendrá el consuelo.
Hermanos muy queridos: nosotros sentimos profundamente en nuestros corazones de padres y pastores vuestros gemidos y lamentos. Y nuestra pena aumenta al pensar que no está en nuestro poder el concederos la salud corporal, ni tampoco la disminución de vuestros dolores físicos, que médicos, enfermeros y todos los que se consagran a los enfermos se esfuerzan en aliviar.
Pero tenemos una cosa más profunda y más preciosa que ofreceros, la única verdad capaz de responder al misterio del sufrimiento y de daros un alivio sin engaño: la fe y la unión al Varón de dolores, a Cristo, Hijo de Dios, crucificado por nuestros pecados y nuestra salvación. Cristo no suprimió el sufrimiento y, al mismo tiempo, ni quiso desvelarnos enteramente el misterio, El lo tomó sobre sí y eso es bastante para que nosotros comprendamos todo su valor.
¡Oh vosotros, que sentís más el peso de la cruz! Vosotros, que sois pobres y desamparados, los que lloráis, los perseguidos por la justicia; vosotros, los pacientes desconocidos, tened ánimo; vosotros sois los preferidos del reino de Dios, el reino de la esperanza, de la bondad y de la vida; vosotros sois los hermanos de Cristo paciente y con El, si queréis, salváis al mundo.
He aquí la ciencia cristiana del dolor, la única que da la paz. Sabed que vosotros no estáis solos, ni separados, ni abandonados, ni inútiles; vosotros sois los llamados de Cristo, su viviente y transparente imagen

miércoles, 15 de junio de 2011

Miércoles de la XI Semana del Tiempo Ordinario


Evangelio según San Mateo 6,1-6.16-18.

Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo.
Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha,
para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,
para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


Comentario del Evangelio por : San Agustín


El ayuno, la oración y la limosna

Los Epicúrios, que no esperan ninguna otra vida más allá de la tumba, que no conocen más que los disfrutes de la carne, tienen este lenguaje: «Comamos y bebamos, que mañana moriremos» (1CO 15,32)... Pero los cristianos, para los que otra vida, y una vida más feliz, debe comenzar después de la muerte, se guardan bien de decir esto. Recordad efectivamente, esta verdad: "mañana moriremos", pero añadid: «Ayunemos y oremos, ya que la muerte puede venir mañana".
Pero yo exijo aún otra cosa, una tercera condición, no voy a pasar por alto lo que se debe observar por encima de todo: que vuestro ayuno sirva para saciar el hambre del pobre. Si no podéis ayunar, aplicaros con mayor empeño a alimentar a aquel que pasa hambre, así recibiréis el perdón. He aquí que los cristianos deben decir: «ayunemos, oremos, demos a los pobres, porque mañana moriremos".

martes, 14 de junio de 2011

Martes de la XI Semana del Tiempo Ordinario


Evangelio según San Mateo 5,43-48.

Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores;
así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?
Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios


Comentario del Evangelio por : San Francisco de Asís 

"Yo os digo: amad a vuestros enemigos"

Nosotros, todos los hermanos, consideremos atentamente lo que dice el Señor:

«Amad a vuestros enemigos, haced el bien a aquellos que os odian». Nuestro Señor Jesucristo, del que debemos seguir sus huellas (1P 2,21), dio el nombre de amigo a aquel que le traicionó (Mt 26,50), y se ofreció voluntariamente a los que lo iban a crucificar. Así pues, son nuestros amigos, todos los que nos causan injustamente tribulaciones y angustias, afrentas e injurias, dolores y sufrimientos, martirio y muerte. Debemos amarlos mucho, ya que los golpes que nos dan nos merecerán la vida eterna.

domingo, 12 de junio de 2011

Domingo de Pentecostés - Solemnidad


Evangelio según San Juan 20,19-23.

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". 


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios. 


Comentario del Evangelio por : San Efrén (v. 306-373) diácono en Siria.

Igual que el Padre me ha enviado a mi, así os envío yo a vosotros!

Los apóstoles estuvieron allí, sentados en el Cenáculo, en la cámara alta, a la espera del Espíritu. Estaban ahí, dispuestos como antorchas, a la espera de ser encendidas por el Espíritu Santo para iluminar toda la creación a través de su enseñanza...Estaban ahí, como los cultivadores llevando su semilla en el manto, esperando el momento en que recibirán la orden de sembrar. Estaban ahí, como marineros cuya barca está amarrada en el puerto al mando del Hijo y que esperan tener el dulce viento del Espíritu. Estaban ahí, como pastores que acaban de recibir su cayado de las manos del Gran Pastor de todo el redil y esperan que les sean repartidos los rebaños.
«Y empezaron a hablar en distintos idiomas según el Espíritu les concedía expresarse.» ¡Oh Cenáculo, artesa donde fue arrojada la levadura que ha hecho levantar el universo! Cenáculo, madre de todas las iglesias; Cenáculo, que ha visto el milagro de la zarza ardiente (Ex 3). Cenáculo que ha sorprendido Jerusalén con un prodigio mucho más grande que el del horno que maravilló a los habitantes de Babilonia (Dn 3). El fuego del horno quemó a los que estaban alrededor, pero protegió a los que estaban en medio de él; el fuego del Cenáculo reúne a los de fuera que desean verlo mientras reconforta a los que lo reciben. ¡OH fuego cuya visita es palabra, el silencio es luz, fuego que conduce los corazones a la acción de gracias!...
Algunos que se oponían al Espíritu Santo decían "estas personas han bebido del vino dulce, están ebrios." Realmente decís la verdad, pero no es como creéis. Esto no es vino de viñas lo que hemos bebido. Es un vino nuevo que fluye del cielo. Es un vino recién prensado sobre el Gólgota. Los apóstoles lo han hecho beber y han embriagado así toda la creación. Es un vino que ha sido prensado en la cruz.




sábado, 11 de junio de 2011

San Bernabé, apóstol - Memoria


Evangelio según San Mateo 10,7-13.

Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.
Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente.
No lleven encima oro ni plata, ni monedas,
ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento.
Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir.
Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella.
Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios



Comentario del Evangelio por : Concilio Vaticano II  Mensaje a los jóvenes el 7/12/1965


Proclamad que el Reino de los cielos está cerca !

Es a vosotros, jóvenes de uno y otro sexo del mundo entero, a quienes el Concilio quiere dirigir su último mensaje. Porque sois vosotros los que vais a recibir la antorcha de manos de vuestros mayores y a vivir en el mundo en el momento de las más gigantescas transformaciones de su historia. Sois vosotros los que, recogiendo lo mejor del ejemplo y de las enseñanzas de vuestros padres y de vuestros maestros vais a formar la sociedad de mañana; os salvaréis o pereceréis con ella.
La Iglesia, durante cuatro años, ha trabajado para rejuvenecer su rostro, para responder mejor a los designios de su fundador, el gran viviente, Cristo, eternamente joven. Al final de esa impresionante «reforma de vida» se vuelve a vosotros. Es para vosotros los jóvenes, sobre todo para vosotros, porque la Iglesia acaba de alumbrar en su Concilio una luz, luz que alumbrará el porvenir.
La Iglesia está preocupada porque esa sociedad que vais a constituir respete la dignidad, la libertad, el derecho de las personas, y esas personas son las vuestras.
Está preocupada, sobre todo, porque esa sociedad deje expandirse su tesoro antiguo y siempre nuevo: la fe, y porque vuestras almas se puedan sumergir libremente en sus bienhechoras claridades. Confía en que encontraréis tal fuerza y tal gozo que no estaréis tentados, como algunos de vuestros mayores, de ceder a la seducción de las filosofías del egoísmo o del placer, o a las de la desesperanza y de la nada, y que frente al ateísmo, fenómeno de cansancio y de vejez, sabréis afirmar vuestra fe en la vida y en lo que da sentido a la vida: la certeza de la existencia de un Dios justo y bueno.

viernes, 10 de junio de 2011

Viernes de la VII Semana de Pascua


Evangelio según San Juan 21,15-19

 Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?". El le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".
Le volvió a decir por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas".
Le preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?". Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas.
Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras".
De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: "Sígueme".


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios


Comentario del Evangelio por : Beato Juan Pablo II, Homilía en París el 30/05/1980

                            "  Pedro, ¿me amas?»

A la hora de la prueba, Pedro negó tres veces a su Maestro.. Y su voz temblaba cuando respondió: "Señor, tú sabes que te amo" (Jn 21, 15). Sin embargo, no respondió: "Y no obstante, Señor, te he decepcionado", sino: "Señor, tú sabes que te amo". Al decir esto, sabía ya que Cristo es la piedra angular sobre la cual, por encima de toda debilidad humana, puede crecer en él, en Pedro, esta construcción que tendrá la forma del amor. A través de todas las situaciones y de todas las pruebas. Hasta el fin. Por eso, escribirá un día, en su Carta que acabamos de leer, el texto sobre Jesucristo, la piedra angular sobre la cual "vosotros, como piedras vivas, sois edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo" (1 Pe 2, 5).
Todo esto no significa otra cosa que responder siempre y constantemente, con tenacidad y de manera consecuente, a esa única pregunta: ¿Tú amas? ¿Tú me amas? ¿Me amas cada vez más?
Es, en efecto, esta respuesta, es decir, este amor lo que hace que seamos "linaje escogido, sacerdocio regio, gente santa, pueblo adquirido..." (2 Pe 2, 9).
Es la que hace que proclamemos las obras maravillosas de Aquel que nos "ha llamado de las tinieblas a su luz admirable" (ib.).
Todo esto Pedro lo supo con la absoluta certidumbre de su fe. Y todo esto lo sabe, y lo continúa confesando, en sus sucesores.




jueves, 9 de junio de 2011

Jueves de la VII Semana de Pascua


Evangelio según San Juan 17,20-26

No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí.
Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno
-yo en ellos y tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste.
Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo.
Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste.
Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos".


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


Comentario del Evangelio por : San Juan Casiano ( v. 360-435 ) Fundador conferencia


«Para que esté en ellos el amor con que Tú me has amado como yo también estoy en ellos.»

Nuestro Salvador ha dirigido a su Padre esta oración por sus discípulos: "  Que el  amor con que Tú me has amado esté en ellos y ellos en nosotros"; y aún más: «que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en Ti, que ellos también sean uno en nosotros". Esta oración se llevará a cabo plenamente en nosotros cuando el amor perfecto con que Dios nos amó primero» (1Jn 4,10) aumente en nuestro corazón según el cumplimiento de esta oración del Señor...
Esto se logrará cuando todo nuestro amor, todo nuestro deseo, todo nuestro esfuerzo, toda nuestra búsqueda, todo nuestro pensamiento, todo lo que vivimos y hablamos, todo lo que respiramos no sea más que Dios; cuando la unidad presente del Padre con el Hijo y del Hijo con el Padre aumente en nuestra alma y en nuestro corazón ,es decir cuando, imitando la caridad verdadera, pura y indestructible con que Él nos ama, nosotros también estaremos unidos con Él por una caridad continua e inalterable, tan comprometidos que toda nuestra respiración, todo nuestro pensamiento, todo nuestro lenguaje, serán sólo Él. Así lograremos, al final...lo que el Señor en su oración deseaba ver cumplido en nosotros: «que todos sean uno como nosotros somos uno, Yo en ellos y Tú en Mí, para que su unidad sea perfecta» y « Padre, aquellos que Tú me has dado, quiero que aquí donde yo estoy, estén también ellos conmigo».
Esto es lo que está destinado al que pide en la soledad, hacia ello debe dirigir todo su esfuerzo: tener la gracia de poseer, desde esta vida, la imagen de la beatitud futura y como una anticipación, en su cuerpo mortal, de la vida y de la gloria del cielo.

martes, 7 de junio de 2011

Martes de la VII Semana de Pascua


Evangelio según San Juan 17,1-11a.

Después de hablar así, Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo: "Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti, ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado.
Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo.
Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste.
Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera.
Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra.
Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti,
porque les comuniqué las palabras que tú me diste: ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me enviaste.
Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos.
Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado.
Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti. Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


Comentario del Evangelio por : San Justino, (hacia 100-160) Filósofo, Mártir

«La vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero...» (Jn 17,3)

 Mi alma ansiaba conocer lo que es propio y principio de la filosofía... El conocimiento inteligente de las cosas inmateriales me cautivaba por completo. La contemplación de las ideas daba alas a mi pensamiento. Durante algún tiempo me creía ser un sabio, y tan estúpido era que esperaba ver a Dios dentro de nada, ya que éste es el fin de la filosofía de Platón. En este estado espiritual...me acercaba a un lugar aislado donde creía encontrarme solo cuando me di cuenta que un anciano me seguía los pasos...

-¿Qué es lo que te ha conducido hasta aquí?- me preguntó. –Me gusta este paseo-...es muy adecuado para la meditación filosófica.... -¿Es, pues, en la filosofía que se encuentra la felicidad?- me preguntó. –Ciertamente, le contesté, y sólo en ella-... ¿A qué llamas tu Dios? –Lo que siempre es idéntico a si mismo y que da el ser a todo lo que existe, esto es Dios. -¿Cómo pueden los filósofos hacerse una idea justa de lo que es Dios si no lo conocen, no lo han visto jamás ni lo han oído?- Yo respondí: -La divinidad no es visible a nuestros ojos como los demás seres, sólo se accede a él por medio de la inteligencia, como dice Platón. Estoy de acuerdo con él.-

-Hace mucho tiempo, dijo el anciano, hubo hombres mucho más antiguos que estos pretendidos filósofos, hombres felices, justos, amigos de Dios. Hablaban bajo la inspiración del Espíritu de Dios y presagiaron un futuro, realizado ahora. Se llaman profetas. Ellos han visto la verdad y la han anunciado a los hombres... Los que leen sus profecías pueden, si tienen la fe, sacar mucho provecho...Eran testigos fieles de la verdad... Han glorificado al creador del universo, Dios y Padre y han anunciado al que él envió, Cristo su Hijo... Y tú, antes que nada, pide para que se te abran las puertas de la verdad, ya que nadie puede ver ni comprender si Dios o su enviado, Cristo, no se lo da a comprender....

Ya no le vi más. Pero, de repente, un fuego se encendió en mi alma. Quedé prendado del amor a los profetas, a aquellos hombres amigos de Cristo. Reflexionando sobre las palabras del anciano, reconocí que ésta era la filosofía única, provechosa y segura.